Mossèn Góngora

 

No suelo llevarme bien con los sacerdotes nacionalcatólicos por cuestiones principalmente políticas, no tanto eclesiásticas. Si algún día acabo por abrazar el cristianismo de forma seria, si caigo del caballo como Pablo, desde luego que en ellos no buscaré a ningún referente. La situación desastrosa del cristianismo en este país es en buena parte culpa suya y no lo quieren admitir. Ni espíritu postconciliar ni leches. España y crucifijo, nada más.

En estos tres años que llevo como estudiante, primero de teología y ahora finalmente de filosofía, he descubierto mundos que la universidad pública se niega sistemáticamente a mostrar. La pobreza intelectual de la pública fruto de su obcecación por prejuicios más que refutados, la han llevado a convertirse en un dispersor de lugares vacíos insuficientes para satisfacer las necesidades formativas de sus alumnos. Esto mismo parecía inimaginable no hace más de dos décadas, prueba de ello es que los son hoy mis profesores se formaron todos en la pública.

Gracias a mi actual formación, pese a ser un alumno un tanto desastroso e ingenuo, he ido a dar con alumnos y profesores cuyos esfuerzos por vivir su fe en el marco de un escrupuloso respeto hacia el prójimo hacen que sean merecedores de toda mi admiración y estima posibles. Recuerdo como si fuera ayer la primera misa a la que asistí como alumno. Mientras yo balbuceaba en voz baja un Padre Nuestro que apenas recordaba y procuraba disimular mi desconocimiento de la liturgia católica, mi profesor de lógica, actual decano, se hincó de rodillas a mi lado y rezó por un buen inicio de curso. Aquello me dejó sin palabras. Un hombre capaz de citar de memoria autores ateos y tildarlos de “mis amigos, los ateos” dista mucho de otro profesor de filosofía que tuve en la pública incapaz de dar respuesta a su ateísmo sin caer en las mismas falacias que Mossèn Morlans, profesor de Teología Fundamental I, tuvo a bien desmentirnos en su primera clase. Diferencias. 

Es por ello que al ver cuervos pulular por las redes picoteando la carroña, lejos de sulfurarme como a muchos me deja en un estado catatónico. Sé perfectamente lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) aprobado por San Juan Pablo II (sic[1]), pero desde luego no pienso plantarme ante nadie a recordarle lo que la Esposa de Cristo piensa o deja de pensar sobre ellos sin antes enseñarle todo lo demás. La Iglesia es y debe ser siempre conservadora, no puede modernizarse porque su cometido es el de aguardar algo que no es suyo, sino que le ha sido confiado por Otro. A su labor de atesoramiento, también se le añade el de discernir y enseñar como maestra lo que guarda en su seno. Esta presentación deben llevarla a cabo sus ministros entre los que se cuentan, mal que nos pese a muchos, estos pastores tan paternos. Dudo que la Palabra llegue al corazón y a los oídos de los gentiles si estos ministros sin cartera, antes incluso de invitarlos a descubrir la fe, les muestran sus antinaturales pecados. Como decía el poeta:


«Cura que en la vecindad»

Cura que a su barrio entero

Trata de escandalizallo,

Ya no es Cura, sino gallo

De todo aquel gallinero;

Que enfermó por su dinero

A las más que toca el preste

Ya no es cura, sino peste

Por tan mala cualidad.

 

Luis de Góngora



[1] Aprecio sus escritos y reconozco actos importantes de su ministerio petrino, pero lamentablemente me es muy difícil llamarlo santo. Necesito más tiempo, quizás.

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