Ya destrozará Él la cruz

Por mucho que la derecha española insista en el olvido, algunos, cada vez menos, seguimos empeñados en la búsqueda de la verdad y de la justicia. Por ello, a los católicos que defienden estos días el Valle a capa y espada habría que recordarles el origen del monumento. Para su construcción, el jesuita José Agustín Pérez del Pulgar tuvo la idea de incorporar presos políticos republicanos a la mano de obra de modo que estos «contribuyan con su trabajo a la reparación de los daños a que contribuyeron con su cooperación a la rebelión marxista[1]». Un día de trabajo suponía cinco días de remisión de la pena. A esta gentil medida de gracia, el gobierno franquista añadió otra al incluir en las galerías subterráneas del mausoleo restos de republicanos muertos en la contienda sin identificarlos debidamente y sin el permiso de los familiares.

Susana Seoane, profesora de Historia Contemporánea de la UNED, calcula que los osarios de la basílica albergan los restos de unos 40.000 excombatientes de ambos bandos. Lo cierto es que los nichos o columbarios están ocultos, fuera del alcance de los visitantes, sellados con chapas de mármol. Así, en el caso de que un familiar tenga la fortuna de saber que su pariente se encuentra allí enterrado difícilmente podrá acceder a rendirle culto.  

La mayor fosa común de España se encuentra, además, coronada por una cruz de la que muchos católicos se sienten orgullosos. No es mi caso. Me niego a creer que el símbolo de Cristo, de su victoria sobre la caída, pueda presidir la injusticia. Desde luego que no será tarea fácil identificar los restos de tanta gente, lo más probable es que no se pueda hacer nunca. En cambio, sí es posible reservar un espacio del Valle a recordar a los que allí se encuentran enterrados; permitir a los familiares rendir culto a sus muertos sean cristianos o no lo sean; enseñar a los visitantes quiénes hay allí y, sobre todo, prohibir las misas y homenajes a franquistas.

Algo así, tan simple, debería haber salido de la propia abadía o de la misma Conferencia Episcopal. Hace dos años, el abad, quien no vivió siquiera el franquismo, luchó con uñas y dientes por conservar bajo su altar los restos de Franco. Imagino que hará lo mismo con la Cruz. Está bien. Para él su comunidad, sus misas votivas, su dictador y su cruz. La que yo llevo colgada en mi pecho, que es la misma, esa no será destruida cuando Él venga, la suya sí. Y entonces, vencerá la justicia.  



[1] Sueiro, Daniel (2019) [1976]. La verdadera historia del Valle de los Caídos. La cripta franquista (2ª edición). Prólogo de Susana Sueiro Seoane. Madrid: Editorial Tébar Flores, p. 51-53.


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